jueves, 25 de julio de 2013

Capítulo IV


Un rato antes de que los seis amigos se encontraran en Sol.

Esa sudadera le queda fatal. Nunca le sentó muy bien el color rojo. Y encima le está grande. ¿Su madre no sabe qué talla usa? Ha crecido. Poco, muy poco, pero al menos Jason ya no se avergüenza de ser el bajito de la clase. Además, aún tiene la esperanza de dar el estirón
algún día. Realmente, la sudadera es un horror. Mira de nuevo dentro del armario. Nada es de su agrado: muy usado, muy antiguo, muy feo, muy…
¡Pero eso qué es! ¿Es que no hay ni una sola prenda de invierno que no le haga parecer un friki? Definitivamente, necesita ropa nueva para salir por las noches. No es que lo haga mucho, pero para ocasiones como la de hoy no tiene qué ponerse.
¡Una fiesta universitaria y él sin nada decente con lo que vestirse! Ya es hora de tomar las riendas de lo que cuelga en sus perchas. Su madre ha tenido ese poder durante demasiado
tiempo.
¿Qué demonios se pone? Aunque, pensándolo bien… qué más da. Nadie se va a fijar en él.
La sudadera roja al menos es calentita. Se examina en el espejo del armario y, tras chasquear la lengua, la da por válida. ¡Qué horror!
Suena el pitido del WhatsApp. Saca la BlackBerry del bolsillo del vaquero y lee en voz baja.

          "Tío, date prisa o éstas nos matan. Ya vamos con retraso."

Qué pesado es Justin. Ya va, ya va. Si las chicas no se van a ir, esperarán hasta que lleguen ellos. Por su amigo, por supuesto. Si fuera por él, está seguro de que ninguna lo esperaría. Bueno, quizá sólo una, la buena de Abbie, que siempre perdona todas sus meteduras de pata. Ellos dos son los patitos feos del grupo. Por lo menos ahora. Porque antes no era así. Los cinco que fundaron el Club eran bichos raros. Pero, con los años, las cosas han cambiado. Hayley es la simpática; Lyss, la guapa; Justin, el líder, y Ally siempre ha sido Ally.
Aunque ella se unió a los incomprendidos más tarde. Sin embargo, se integró como una más.
No lo llamó nunca enano ni se mofó de su estatura. Sonreía y era adorable con todos bajo su perfecto y cuidado flequillo en forma de cortinilla.

—Hola, me llamo Ally. Encantada de conocerte.
Debajo de una caperuza roja, sus ojos verdes eran los más bonitos que había visto nunca. ¿Brillaban de una forma diferente? Eso le parecía. Y esa forma de arrugar la nariz al sonreír… ¡Guau!
—Hola, soy… Corradini. Jason Corradini.
Como Bond, James Bond. ¡Qué estúpido fue al responder así! ¡Ni que estuviera en una película de 007!
—¿Corradini? Eso es…
—Sí, como el apellido de Chenoa. Pero no somos familia.
—Ah. No iba a decir eso —le aclaró Ester sin dejar de sonreír—. No sabía que Chenoa se llamara así. Iba a preguntarte si tu padre era italiano.
Estúpido al cuadrado. Pensaría que era un presuntuoso por presumir de apellido. Mal, muy mal comienzo.
—Argentino. Mi padre nació en Buenos Aires. Como mi abuelo.
—¡Qué bien! Nunca había tenido un amigo extranjero.
Y ahí fue donde se enamoró. Qué más daba que lo considerara extranjero sin serlo. Había nacido en pleno centro de Madrid. Pero fue tal su inocencia al hablar, la limpieza en su voz… ¡Y era tan preciosa! Amigo. Ya lo consideraba su amigo. Aunque hacía medio minuto que lo conocía. Fueron muchos días pensando en ella. Demasiados. La amó en silencio. Sufrió, lloró, enfermó por Ally. Hasta que no pudo más, y un día se decidió. Le declaró todo lo
que sentía. Pero lo hizo a su manera.
Le escribió una carta en la que decía:

Hola, Ally: 
Creo que ha llegado el momento de confesarte todo lo que siento. Estoy enamoradísimo de ti. Pienso cada minuto del día en tus ojos, en tu boca, en tus labios, en tu sonrisa… En realidad, Ally, no hay ni un solo segundo de mi vida en el que deje de pensar en ti. Pero no
quiero pasarlo peor de lo que ya lo estoy pasando. No soportaría que me miraras a la cara y me rechazaras. Así que sólo me decidiré a revelarte mi identidad si marcas mi nombre con una cruz. ¿Con cuál de estos chicos te gustaría salir si te lo propusiera?…

Y una lista con veinte nombres. Había de todo: feos, guapos, altos, bajitos, de cursos mayores, gorditos, deportistas… y él.
¿Estaba loco? Sí, locamente enamorado. Y muy desesperado. 

…Si estuvieras dispuesta a mantener una relación conmigo, lo sabré. Si no, permaneceré oculto para siempre. Y me olvidaré de tu amor.
Deja esta carta con tu respuesta mañana después de clase en el árbol que hay en el patio del instituto. Piénsatelo bien. Por favor, no te rías de mí. Esto no es ninguna broma.
Espero emocionado e impaciente tu respuesta.
Un beso muy grande, te quiere, tu gran admirador, ya no tan secreto.
PD: No le digas a nadie lo que te acabo de escribir. Esto es muy importante para mí.

PD2: Te quiero muchísimo.

Las horas de instituto de aquel miércoles de diciembre fueron larguísimas, angustiosas e
insoportables para Jason. ¿Habría marcado Ally su nombre? ¡Qué nervios! Durante el día ella no comentó nada con ninguno del grupo. Buena señal. O no. ¿Qué pensaría de todo aquello?
Y, por fin, mil años después, las clases terminaron. El chico se quedó en el aula y contempló desde una ventana cómo su amiga se dirigía sola, con su carta, hacia el árbol del patio. Al menos, se lo había tomado en serio. Su rostro era el de siempre, aunque no dejaba de mirar a un lado y a otro. Colocó el sobre en las faldas del roble, después de doblarlo, para ocultarlo de los curiosos que pasaran por allí. Sólo podría verlo alguien que supiera que en aquel árbol había algo. Ally echó un nuevo vistazo a su alrededor y, tras suspirar profundamente, se marchó. La impaciencia se apoderó entonces de Jason, pero no podía ir inmediatamente a por aquella carta que contenía la respuesta a la pregunta más importante que había hecho jamás. Seguro que ella se había escondido en alguna parte para descubrir a su admirador secreto. ¿Qué debía hacer? Se armó de paciencia, se colgó la mochila a la espalda y se fue a casa. Después de comer, sin avisar a nadie, regresó al instituto.
Inconveniente: estaba cerrado. A gritos, llamó al conserje, que acudió veloz, alarmado por la insistencia del muchacho. Éste le rogó que le abriera la puerta aduciendo que se
había olvidado un libro que necesitaba urgentemente. «Es para el examen de mañana. Cuestión de vida o muerte.» El hombre, que lo conocía bien y a quien le caía simpático
aquel muchacho bajito, le abrió la cancela del centro y Jason corrió como un poseso hasta el roble del patio. ¡La carta seguía allí! La alcanzó a toda velocidad y, sin parar de correr, se marchó tras darle las gracias al conserje. Su intención era abrirla en casa, tranquilamente. Cuando se hubiera calmado. Pero, a mitad de camino, no pudo soportarlo más y se sentó en un banco de un parque para examinar el contenido de aquel sobre mágico. Ante sí tenía nada más y nada menos que los deseos y sentimientos de su amada. No sólo descubriría si él le gustaba, sino también a todos los chicos a los que también podría abrirles su corazón.
¿Era buena idea saber qué nombres había marcado Ally? ¿Y si no lo había señalado a él? Se
hundiría. Pero ¿y si sí? Deshojó la margarita durante un par de minutos. Temblaba. Le
costaba respirar a causa de la tensión. Finalmente, Bruno abrió el sobre.
Sacó el papel, que estaba doblado, y, tras sentir un escalofrío, comprobó la lista que él mismo había elaborado el día anterior.

Otra vez el pitido del WhatsApp. ¿Quién será esta vez? De nuevo Justin.

 "Al final voy a por ti. Más te vale estar listo cuando llame a tu casa. Llego en dos minutos."

Pero ¿no habían quedado en la parada de metro de Sol? Justin es cada día más pesado. Aunque lo quiere como a un hermano. Y eso que ya tiene cuatro. Pero ser el del medio
nunca le ha traído muchos beneficios. Los dos pequeños son la alegría de la casa. Y los mayores siempre han recibido una atención especial por parte de sus padres. Él sólo es eso,
el tercero de cinco. Exactamente ciento veinte segundos después del mensaje de su
amigo, suena el telefonillo del piso.

—¡Voy yo! ¡Es para mí! —grita antes de que alguno de sus hermanos pequeños se anticipe o su madre proteste enfadada. 
Si tiene que ver con él, se vuelve más irascible. Aun así, el molesto pitido suena de nuevo. «Impaciente, ya voy», murmura para sí. Llega hasta el recibidor y pulsa el botón para hablar por el telefonillo:
—¿Justin?
—Jason, ¡venga, date prisa!
—Voy, pero no llames más, por favor.
¡Baja!
—¡Vale! ¡Bajo!
Y sin que le dé tiempo a abrir la puerta de entrada de la casa y a avisar a sus padres de que se va, el timbre vuelve a sonar. «Capullo», dice en voz baja. Resopla. Tiene ganas de matarlo, aunque, si lo hace, se quedará sin el único amigo de verdad que ha tenido en su vida. 
Aunque la amistad en algunos casos no es eterna. Y una palabra, un malentendido o cualquier situación imprevista puede acabar con ella.


jueves, 20 de junio de 2013

Capítulo III


No puede ser. ¿Cómo va a gustarle Justin? ¿Desde cuándo? Hayley camina por la calle en
silencio. Se limita a sonreír cuando Lyss le comenta algo. Pero se le han quitado las ganas de todo. Su amiga va a declararse al chico del que ella misma está perdidamente enamorada
desde hace tanto tiempo. Se acabó. Ya no hay nada que hacer. En el momento en que ella le diga que quiere ser su novia, el otro no podrá resistirse.
—Nena, ¿te pasa algo?
—¿Qué?
La chica observa a su amiga y, de nuevo, sonríe.
—Que si ocurre algo —insiste Lyss—. Es como si cuando te hablara no te enteraras de nada de lo que te digo. No me haces ni caso.
—Eso no es cierto.
—¿Que no? ¡Acabo de decirte que se te ve el tanga y has sonreído y me has dicho que sí con la cabeza!
—¿Cómo? ¿Que se me ve el…? —pregunta Hayley, muerta de vergüenza, mientras echa un vistazo hacia atrás y se sube la falda vaquera—. Pero si llevo bra…
—¡Es mentira, nena! ¡No se te ve nada! —grita Lyss interrumpiéndola y dándole un toquecito con el dedo en la nariz—. Es para que veas que estás en la parra. ¿Qué pasa? ¡Cuéntamelo!

¿Que se lo cuente? Sí, claro. 
¿Cómo le explica que está enamorada del tío al que ella va a declararse esta noche?
—No me hagas mucho caso. Estoy un poco… no sé.
—¿No será por lo del vaquero?
—¿Qué vaquero?
—El mío. El pantalón de Stradivarius que no te ha entrado.
Buena excusa. No se le había ocurrido.
—Me has pillado —miente—. Estoy preocupada.
—¿Por tu peso?
—Por mi peso, mi culo, mis caderas… He engordado mucho durante estos meses por culpa del aparato.
—Mira que eres rara. Todo el que se pone aparato adelgaza, porque no puede comer bien.
—Y voy yo, y engordo. Si es que…
—Pero tampoco se te nota, nena. Yo te veo bien.
—No sé.
—Estás muy bien. De verdad. No le des más vueltas —la anima Lyss tras detenerse frente a ella.
La envuelve entre sus brazos. Le da un beso en la mejilla y otro en la frente. Hayley resopla y le sonríe. Es una gran amiga, pero lo que va a hacer esta noche no sabe si se lo perdonará.
Las dos chicas continúan caminando por la Cava de San Miguel y llegan a la calle Mayor. Hay mucha gente, está abarrotada.
—¿Desde cuándo te gusta Justin? —pregunta Hayley titubeante.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—No —confirma Lyss sonriente—. Imagino que siempre me ha gustado.
Y entonces ¿por qué tiene una lista de rollos interminable? Hayley no comprende nada de nada. A ella sí que le gusta de verdad. Lo ama. Lo quiere. Y por eso se ha reservado para él.
—Tal vez sólo sea un cuelgue pasajero.
—No. Creo que Justin es el tío de mi vida. O puede serlo.
—¡Pero si ni siquiera sabes desde cuándo te gusta!
—¿Y qué importa eso?
—Bueno… no sé.
—Eso no tiene importancia, nena. Justin siempre ha sido un gran amigo y un apoyo para mí. Lo quiero desde que lo conocí. Pero hasta hace unos días no me he dado cuenta de que
realmente me gustaría tener algo más con él. No ser sólo su amiga. Son cosas que pasan, ¿no?
Sopla una ráfaga de viento que despeina un poco a las chicas. Las dos se apartan al mismo tiempo el pelo de la cara.
—Imagino que sí.
—Además, estaba medio liado con la tía esa. La estúpida de Anne Drew. ¡Menuda capulla…! Y
hasta que han pasado unos días desde que rompieron, he preferido no hacer nada. ¡Pero hoy es la noche, nena! ¡Hoy es la noche!
Demasiadas coincidencias. ¿Habrá leído Lyss la misma revista que ella?
—Espero que lo consigas — responde muy seria Hayley.
—Yo también. Me moriría si no quisiera nada conmigo.

Exagerada. Se conocen desde hace un montón de tiempo y ahora se da cuenta de que le gusta. ¿Y dice que se morirá si la rechaza? ¡Su amiga es una melodramática!
—No creo que Justin te diga que no. Los dos sois amigos, muy guapos, os conocéis muy bien… Haréis buena pareja.
—¿Tú crees?
—Sí.
Su afirmación llega en un susurro triste. Agacha la cabeza y continúa andando hacia Sol. Lyss sonríe a su lado. Su mirada alegre se pierde entre el barullo de gente que va y viene por todas partes. Sueña con una bonita historia de amor. No sabe muy bien cómo ha llegado a la
conclusión de que su amigo es el chico perfecto para ella. El ideal para dejar atrás las aventuras pasajeras, los rollos con niños que sólo van a lo que van. Justin es el tío que necesita para dar un paso adelante en su madurez. Ya no es una cría. Ni tampoco una chica que va de flor en flor. ¡Eso se acabó! Y quiere demostrárselo a todo el mundo.
—¡Allí están Abbie y Ally! — grita Lyss cuando llegan a la plaza del Sol.

Las dos se encuentran al lado del escaparate de libros de El Corte Inglés. Sonríen cuando ven a sus amigas y se acercan de prisa hacia ellas. Llueven besos y abrazos por parte de las cuatro y piropos a la portadora del vestido blanco de cumpleaños.
—¡Vosotras sí que estáis guapas! —exclama la morena del flequillo en forma de cortinilla para frenar tanto halago hacia ella—. ¿Vais de caza esta noche o qué?
—¡Vamos a por todas! — exclama Lyss después de un sonoro grito. Abbie y Hayley se miran y se sonríen con timidez. Ellas parecen menos felices que sus dos amigas. Cada una por un motivo diferente y que el resto desconoce.
—¿Y los chicos?
—¡Siempre llegan tarde! — protesta Lyss, ansiosa. Tiene muchas ganas de ver a uno de ellos.

—Y luego dicen de nosotras.
—Son un desastre. Estoy convencida de que Justin se ha pasado dos horas delante del espejo peinándose.
—Y Jason seguro que llega tarde porque no hay quien lo despegue de la Play —señala Ally sonriendo.
—Para variar.
—Pobrecillo, no os metáis con él.
—¡No lo defiendas, Abbie! ¡Es la verdad! —exclama Lyss, que no deja de buscar a alguien entre la multitud que se agolpa en Sol.
—No lo defiendo.
Sí lo hace. Abbie siempre se lo perdona todo. Ha dado la cara por él en multitud de ocasiones. Cuando ha faltado a alguna reunión del Club de los Incomprendidos, cuando no se ha presentado a su hora, cuando ha metido la pata… siempre se ha puesto de su parte.
—Si no estuvieras pillada por él, seguro que no lo defendías tanto — insiste Lyss—. ¿Cuándo vas a decirle algo?
—No estoy pillada por él — responde azorada.
—No pasa nada, Abbie. Si te gusta, pues te gusta —añade Lyss—. Somos tus amigas, te apoyamos.
El rostro aniñado de María enrojece a gran velocidad. Mira hacia otro lado y suspira.
—Venga, déjala en paz. Si no quiere decir nada, pues que no lo diga —interviene Hayley mientras la achucha.
—Nena, en el amor lo mejor es ser sincera y soltar las cosas cuanto antes. Si no, te arriesgas a que venga otra y te lo quite.
La mirada de Hayley fulmina a Lyss, aunque ésta no lo percibe.
¿Le estará leyendo el pensamiento? ¿Se habrá dado cuenta de lo que siente?
—Yo creo que no confesarle tus sentimientos a alguien no significa que no seas sincera.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Y qué significa?
—Pues… ¿y si no estás segura de que ese chico vaya a querer algo contigo y quedas en ridículo al confesárselo?
—Eso son tonterías. Si un tío no quiere algo contigo, pues ya habrá otro que sí quiera. Pero, si no se lo dices, ¿cómo vas a saberlo?
—Me quedaría sin saberlo.
—¿Por qué?
—Por miedo al rechazo.
—¿Miedo al rechazo? ¡Bah! Somos nosotras las que tenemos la sartén por el mango, nena. Si tú quieres una relación, un lío o cualquier cosa con un tío, tienes que decírselo.

Abbie y Ally observan curiosas la conversación entre sus amigas. ¿Se han perdido algo?
—No es tan sencillo. Tú estás buena y puedes conseguir al tío que quieras.
—Yo no quiero a un tío cualquiera.
—No he dicho eso, Lyss. Digo que es más sencillo para ti que para las demás.
—Creo que todas nosotras, si queremos a alguien, podemos conseguirlo. Si se lo decimos… Si
no lo hacemos, como Abbie, nunca lo sabremos. Porque vamos listas si esperamos a que ellos se decidan. ¡Los tiempos han cambiado, niñas!
Las palabras de Lyss hacen pensar a las otras tres. Puede que esté en lo cierto, pero no es tan fácil. El amor no es nada fácil, y las relaciones a su edad son muy complicadas.

—¡Hola, chicas! ¿Lleváis mucho tiempo esperando?
Las cuatro miran hacia el lugar del que proviene la voz. Un chico alto, sonriente, perfectamente peinado y muy bien vestido, y uno bastante más bajo, con el pelo alborotado y una sudadera roja que le está algo grande, se dirigen hacia
ellas. Por fin han llegado Justin y Jason.
—¡Dos horas! —grita Lyss, que es la primera que recibe a su amigo con dos besos y un abrazo. Su mirada se detiene durante un segundo en los ojos del chico de la camisa azul, que responde con una sonrisa.
—Exagerada…
Y la obsequia con un nuevo beso en la frente ante la atenta mirada de Hayley, que siente una punzada dentro del pecho. Es una situación incómoda. Desagradable. Y le duele.
Sí, le duele que la bese en la frente. Y que la abrace. Y que sus ojos hayan coincidido en el mismo instante en medio de tanta gente. Como si sólo existieran ellos dos. Le duele mucho.
¿Y si se marcha a casa? No, no puede hacerlo. Son sus amigos. Tendrá que aguantar todo lo que se le venga encima. No será nada fácil. Pero la noche acaba de empezar. Y las próximas horas les depararán situaciones sorprendentes y totalmente inesperadas.

jueves, 13 de junio de 2013

Capítulo II




Suena un pitido. Alguien le ha escrito a la BlackBerry. Justin corre hasta su cama, donde la dejó antes, y examina la pantalla. Es Ally. Le pregunta por los carnés. El teclado táctil ya no es un problema, como al principio, y contesta a toda velocidad.

"Todo OK. Está arreglado. Nos vemos luego."

Sonriente, regresa al cuarto de baño y se contempla en el espejo. Se abrocha el último botón de la camisa azul que llevará esa noche y se echa un poco de Hugo Boss en el cuello. También en las muñecas. Aspira el aroma de la fragancia para comprobar que no se ha quedado corto. Un poco más le irá bien. Luego, con sumo cuidado, se arregla el pelo con un cepillo especial y el soplo de aire caliente del secador para que quede justo como él quiere. Se guiña un ojo a sí mismo y asiente conforme. ¡Listo!

Sale del baño canturreando un tema de Maldita Nerea y se acerca hasta la mesa en la que guarda el dinero. Sin embargo, una tos que proviene de la puerta de la habitación le desvela que no está solo.
-¿Qué hacéis aquí? -pregunta al tiempo que se vuelve.
Dos niñas rubísimas, idénticas, con pijamas idénticos aunque de diferente color, lo miran muy serias.
-Mamá nos ha dicho que te digamos que no vuelvas muy tarde -comenta la que va vestida de rosa.
-¿Y por qué no me lo dice ella misma?
-Creo que se ha cansado de decirte las cosas.
Justin se encoge de hombros y se da la vuelta. Sus hermanas gemelas no son precisamente un alarde de expresividad. Ni Mia ni Holly. También a ellas les afectó lo de su padre. Han crecido muy deprisa y su forma de pensar y de actuar es diferente de la del resto de niñas de su edad. Si no fuera porque miden menos de un metro cuarenta, nadie diría que apenas han sobrepasado los once años. El chico se vuelve nuevamente al sentir todavía la presencia de las dos pequeñas.

-¿Queréis algo más?
-Sí. El portátil -responde la del pijama rojo.
-¿Para qué?
-Para bajarnos el capítulo de esta semana de <<El Barco>>.
-No comprendo qué le veis a esa serie.
-Es la mejor serie del mundo.
-Es porque sale Mario Casas, ¿verdad?
Las dos niñas enrojecen y murmuran algo entre ellas sin que Justin pueda entender lo que mascullan. ¡Vaya dos!
El joven se aproxima al rincón del dormitorio donde está el ordenador y lo apaga, después de borrar el historial reciente. No le apetece que sus hermanas cotilleen en su vida cibernética privada. Lo desenchufa y se lo entrega a Mia.
-Gracias -dicen al unísono y, sin más, corren por el pasillo hacia su cuarto.

De nuevo solo. Respira aliviado. Cada vez le cuesta más trabajo tener intimidad a pesar de que su habitación está provista de cuarto de baño interior y de que sólo sale de allí cuando está en casa para comer y para cenar. Pero Mia y Holly se han hecho mayores. Eso significa que entienden y se enteran de más cosas. Y que se quieren enterar de más. Son insaciables. Poco a poco, él se ha convertido en su principal objetivo. Cuando hace tres semanas cortó con su ex novia, ellas le sorprendieron entre irónicas sonrisillas con un <<se veía venir>>.
¡Se veía venir! ¡Pero que sabrían aquellas pequeñajas de primaria de relaciones!

Sus relaciones... Ése es otro tema complicado. Ninguna ha funcionado. Todas han fracasado estrepitosamente. Y, además, el final siempre ha llegado por decisión suya. Y es que Justin buscaba, en todos los casos, algo diferente a lo que las chicas con las que estaba deseaban. Con Anne, la última, a la que dejó hace unos días, todo acabó mal. Muy mal. Fatal. Pero es que no daba para más.
¿Tendrían razón las gemelas?
¿Se veía venir?
En cualquier caso, esto se va a terminar de una vez por todas. Sí. Estas semanas le han servido para reflexionar y darse cuenta de que va siendo hora de buscar algo más serio. Una relación de verdad. Dejarse de niñerías y comenzar los dieciocho años, que ya llegan, en enero, con una novia de verdad. Una de esas que estás deseando que te llame a cualquier hora del día y que te hace sentir el tío más afortunado del mundo cuando te besa. Alguien que te sorprenda con un <<te quiero>> y cuya mirada provoque que te falte la respiración. Una novia que merezca ser la protagonista de su película. Porque Justin tiene un sueño, un gran sueño: ser director de cine. Pero, de momento, no ha encontrado a la musa que lo inspire.

Otra vez el pitido de la BB. Abre el Whatsapp. En esta ocasión es Jason.

"Tío, acabo de ganar a Holanda en los penaltis. ¡Soy campeón del mundo!"

Puff. Este chico no tiene remedio. ¿Aún no se está preparando para salir? Luego se queja de que no se come una rosca. Son totalmente diferentes en todo. Tienen distintos intereses. Distinta manera de ver la vida. Distinto manera de ver la vida. Distinto físico. Sin embargo, Justin y Jason son buenos amigos y ambos... pertenecen al Club de los Incomprendidos.


-Justin ya ha solucionado lo de los carnés.
Un icono amarillo sonriente aparece en la ventana de conversación de Messenger entre Ally y Abbie. Las dos llevan hablando un rato, escribiéndose sin webcams mientras se arreglan para salir.
-Genial.
-Sí. Espero que no nos salgan muy caros.
-Esta mañana dijo que diez euros cada uno.
-Si es diez euros, bien. Pero más no puedo pagar, no tengo más dinero -escribe Ally en su portátil-. Espera un segundo, Abbie, que me voy a poner ya el regalo de mis padres. Y me das tu opinión.
-OK.
Abbie suspira y también se levanta de la silla. Se dirige al pequeño tocador que hay en su habitación y vuelve a suspirar. No sabe cómo se le dará la noche. Tiene miedo. ¿Podrá controlarse una vez más? Lleva mucho tiempo soportando aquella presión interior a la que está sometida un día tras otro. Pero debe ser fuerte. Sí, debe serlo.

Achina los ojos y mira hacia la pantalla del PC; en ella observa una petición por parte de su amiga para iniciar una videoconferencia. Se acerca lentamente y acepta. Ante ella aparece una preciosa chica morena con el flequillo en forma de cortinilla, cubriéndole la frente, que
posa delante de la cámara de su ordenador. Sus ojos castaños, embelesados detrás de los cristales de sus lentes, se iluminan cuando la ve.
—¡Qué guapa! —exclama Abbie mientras la contempla con una gran sonrisa.
—¿Te gusta el vestido?
—¡Es precioso! Te queda perfecto.
Ally da una vuelta sobre sí misma y sonríe. Su nuevo vestido blanco le encanta. Sus padres se lo regalaron hace dos días para celebrar su dieciséis cumpleaños. Aunque sabe el esfuerzo que ha supuesto para ellos, se siente feliz de verse con él.
—Muchas gracias, Abbie.
—Es que estás muy guapa —insiste—. Ya me gustaría a mí parecerme un poquito a ti.
La chica se ajusta las gafas de pasta de color azul y se pone colorada. En eso nunca estará al
nivel de su amiga. Ella es tan bonita… Además, su personalidad y carisma la convierten en una persona muy especial. Ally sería la noria perfecta para cualquier tío y la nuera que toda madre querría tener. Sin embargo, no ha salido con ningún chico desde que la conoce. Y de eso ha pasado ya un año y pico. Recuerda como si fuera ayer el momento en que la vio por primera vez. Era el día inaugural de cuarto de la ESO. Ella misma fue la que la introdujo en el Club de los Incomprendidos.
—¡Pero si tú eres un bombón! ¡Preciosa! —exclama la joven del vestido blanco al tiempo que arruga la nariz. A Abbie le encanta cuando hace ese gesto. ¡Es adorable!
—Bueno.
—Que sí, que sí. ¡Mira qué guapa te has puesto, pelirroja!
—Aunque la mona se vista de seda…
—Venga, Abbie, no digas tonterías y anímate. ¡Fuera las gafas y ve a por esas lentillas verdes que te quedan tan bien!
—Es que luego me pican los ojos.
—Un día es un día.
Un día es un día. ¿Será hoy ese día? Tendría que emborracharse para atreverse. Si no sería imposible que diera ese paso adelante. Pero nunca ha probado el alcohol. Ni ha tenido
tentaciones de probarlo. Considera que beber es una auténtica tontería.
Perder el control por no contenerse es una estupidez. Pero… ¿quién sabe? Un día es un día.
—Bueno, te haré caso.
Se aleja de la cámara del ordenador y regresa al tocador. Allí, se quita las gafas y las deja a un lado. A continuación, abre una pequeña cajita de la que saca una de las lentillas. Con habilidad, se la coloca en el ojo izquierdo. Luego repite el proceso con la del ojo derecho. Se mira en el espejo y se sonríe. La mona sigue siendo mona. Con gafas o con lentillas. Es lo que hay. Arruga la nariz para imitar el gesto que hace su amiga al reír. No es lo mismo. Ally y ella son como el día y la noche. 
Resignada, regresa hasta el ordenador. La otra chica se está peinando el flequillo delante de la webcam. Se pone de pie cuando la ve y exclama con gran euforia:
—¡Mírala, qué preciosa estás!
—No mientas o te crecerá la nariz.
Yo nunca miento.
Aunque, en este caso, no dice la verdad. Si ellos supieran que no todo es como parece…Pero Ally también sabe guardar secretos.
—Bueno. ¿A qué hora hemos quedado?
—Dentro de cuarenta minutos en la puerta del metro de Sol.
—¿Volveremos muy tarde?
—Yo no. Mañana tengo partido  —indica Ester mientras revisa en la pantalla del ordenador cómo le ha quedado el flequillo.
—Yo tampoco. Demasiado es que he conseguido que mi madre me  deje salir. No le gusta que esté por  ahí de noche. Le he dicho que celebramos tu cumpleaños.
—¡A ti sí que te crecerá la nariz!
Ella preferiría que le crecieran otras cosas. Apenas se ha desarrollado. Sigue pareciendo una
cría. ¡Cuándo se enterará su cuerpo de que está en plena adolescencia!
—Es que si le digo que voy a una fiesta de universitarios… no cruzo ni la puerta.
—Te entiendo. Yo a mis padres les he dicho que voy a una fiesta, pero tampoco he especificado quiénes van a estar en ella. Aunque ya te digo que no puedo volver muy
tarde, porque mañana jugamos contra las primeras y hay que descansar.
—¿A qué hora es el partido?
—A la una.
—Iré a verte.
—Gracias, qué maja eres.
—Espero que ganéis.
—Yo también.
Las dos se miran a través de la pantalla, en silencio. Ally está sonriente y muy ilusionada. Mañana volverá a verlo. ¡Él! Qué ganas…  ¡Qué ganas! Sólo espera que esta vez su querido entrenador la ponga en el equipo titular.

miércoles, 12 de junio de 2013

Capítulo I



[SÁBADO]

-¡Entra!
-¡No entro!
-¿Qué no? ¡Ya verás como sí!
-¡Es inútil! ¡No lo conseguiremos!

Pero Lyss no se rinde. Un último esfuerzo. Aprieta los dientes, agarra el vaquero azul oscuro de Stradivarius y lo estira con fuerza hacia arriba. Con todas sus ganas. Poniendo sus cincuenta y cuatro kilos en la causa. Y... ¡premio! La tela asciende por las piernas de su amiga y se encaja a presión sobre sus muslos y caderas.

-¡Lo ves, lo ves! ¡Entraba! -grita eufórica mientras Hayley se pone de pie. Algo continúa sin ir bien.
-Sí, entraba. Pero ahora abrocha el botón y sube la cremallera guapa.
-¿Qué? ¿No van?

La joven se levanta la camiseta y niega con la cabeza. Lyss se alza del suelo y se aproxima a ella. Una frente a otra. Un nuevo reto. Morena y castaña con mechas rubias contra una cremallera y un botón.
-Encoge la tripa, nena.
-Pero ¿de qué sirve que la encoja? ¡Voy a estallar!
-¡No te pongas histérica! ¡Aquí no explotará nadie! ¡Mete el culo para dentro!
-¿Qué?
-¡El culo adentro! ¡Ya!
La chica obedece a su amiga. Encoge el estómago, el trasero para dentro... Hasta contiene la respiración todo lo que puede. Sin embargo, por más que entre las dos intentan que el botón del vaquero ceda, aquello se convierte en una misión imposible. No cierra.

Lyss, desfallecida, ceja en su intento y se sienta en la cama resoplando. Mira a Hayley, que no parece muy contenta.
-Estoy gorda-indica ésta, apenada, mientras gesticula con las manos.
-No estas gorda. No seas tonta.
-O yo estoy gorda o tú has adelgazado mucho. Antes cabíamos en la misma ropa.
-¿Antes? ¡Hace mucho de eso!
-¡Da lo mismo! ¡El caso es que la treinta y seis no es mi talla!
-Ya me he dado cuenta, ya.

Hayley suspira y entra en el cuarto de baño dando zancadas. Se sienta sobre la tapa del váter y se quita el vaquero que le ha prestado Lyss. Lo dobla, quejosa, y lo deja a un lado observándolo con tristeza. ¡El pantalón de Stradivarius es tan bonito! No ha sido una buena idea probarse la ropa de su amiga. Cuando le propuso que fuera a su casa y se cambiara allí antes de salir de marcha, para luego salir las dos juntas, debió negarse. ¡Ha echado caderas! ¡Y su culo no es el que tenía con quince años! Vale, sólo tiene dieciséis, pero el 13 de febrero, dentro de tres meses, cumplirá los diecisiete. ¡Ha engordado demasiado! La culpa es de los brackets que ha llevado durante el último año. ¡Estúpido aparato dental! Si los helados y esos pasteles tan blanditos no hubieran sido tan fáciles de comer... Ahora tiene los  dientes mejor, perfectos, pero ya no está delgada. O no tan delgada como querría.

Lyss se acerca hasta su amiga y la ayuda a levantarse. Le dedica una sonrisa y le da una palmada en el trasero. Las dos se miran al espejo.
-¿Tú no me ves gorda?
-Para nada.
-¿Seguro?
-Segurísima.
-No te creo.
-Créeme, estás muy buena.
-¡Bah! Soy demasiado normal.
-Tú no eres normal, nena. Eres mucho más guapa que la mayoría de las chicas que conozco.
-¿Qué me das?, ¿un seis?
-Un ocho como mínimo.
Hayley contempla su rostro; un perfil, de frente, el otro perfil. Quizá Lyss tenga razón. Es bastante monilla. Lo que pasa es que a su lado... Lyss es todo un bellezón: pelo largo negrísimo, ojos verdes hipnotizadores, labios espectaculares, delgadita pero no escuálida... ¡Y una noventa y cinco de pecho! ¡Y sin relleno! Ella apenas llega a la noventa.

Hacía un tiempo no era así. Las dos estaban, podría decirse, empatadas. En cambio, una dio un salto hacia delante espectacular y la otra, simplemente, no saltó. Lyss es bastante más mujer que ella. Se la ve más madura, menos cría. Y los tíos piensan lo mismo. ¿Cuántos líos ha tenido a lo largo de los últimos meses? Seis más que ella. Es decir, resultado de enero a noviembre de 2011: Lyss, seis; Hayley, cero. Pero, en eso, y sólo en eso, no le importa demasiado que su amiga la gane. Ella está enamorada de alguien. De un chico, exclusivamente de un solo chico. Y para él se está guardando. En secreto. Porque ni su compañera de espejo sabe lo que siente.
-Tendré que salir vestida como he venido.
-Bueno, tu falda vaquera es bonita.
-Pero me gustaba tu pantalón de Stradivarius-comenta resoplando-. ¿Tú que te vas a poner?
-El vestido negro.
-¿El ceñido?
-Sí. El ceñido.
¡No! ¡No! ¡No! Ese vestido le queda increíblemente perfecto. Todos la mirarán a ella. Bueno, últimamente, siempre la miran a ella. Sólo espera que él pase. Que él no le haga caso. Que él se centre en su falda vaquera y su camiseta rosa chicle. Porque hoy... hoy es el día.
-¿No pasarás frío?
-Que más da eso. Dentro de la disco hará calor. Pero, por si acaso, me pondré la chaqueta gris. Y unas medias.
-¿Y los tacones negros?
-Sí, y los tacones negros.
¡Ya le vale! ¡Que va a una discoteca un sábado por la noche, no a una fiesta de fin de año!
-Estarás guapísima.
-Gracias. Lo sé.
Intercambio de sonrisas. Y Lyss sale del cuarto de baño tras darle un beso a su amiga.

Hayley vuelve a suspirar. La verdad es que aunque Lyss sea lo más parecido a la perfección y, cuando ella está a su lado, parezca que no se la vea, que no exista, la quiere. La quiere mucho. Son amigas desde hace mucho y juntas han pasado por todo tipo de acontecimientos. Buenos y malos. Horribles y fabulosos. Y, además, las dos pertenecen al selecto grupo del Club de los Incomprendidos.

Eso de tener celos de Lyss es una tontería. Mueve la cabeza de un lado para otro y mira a su alrededor. Ve sobre una estantería un estuche de maquillaje. Lo alcanza y saca un lápiz de ojos de él. ¿Le quedará bien? Hoy tiene que estar perfecta. Es el día. ¡Es el día!
-¡Oye, Lyss! ¿Puedo usar tu sombra de ojos?- grita sin dejar de contemplarse en el espejo.
-¡Claro, nena!-exclama la otra chica-. ¡Coge lo que quieras!
-¡Gracias!

Un poquito de maquillaje nunca viene mal. Tampoco demasiado. Le ha oído, a él, decir varias veces que no le gustan las chicas muy pintadas.
-¿Sabes, nena? Creo que hoy va a ser una gran noche. ¡Nuestra primera fiesta con universitarios!-comenta Lyss cuando entra de nuevo en el cuarto de baño-. ¡Ey! ¡Eso te queda muy bien!
-¿Tú crees?
-Si... espera -y, tras coger el lápiz, alarga un poco más la línea de los ojos de su amiga y le suelta el pelo; se lo peina con las manos y lo deja caer por sus hombros. A continuación, con una barra rosa, le pinta los labios delicadamente-. Ya está. Preciosa.
Hayley se humedece los labios y sonríe al espejo. Es verdad. No está nada mal. Pero nada, nada mal. Siente un escalofrío al imaginar lo que pensará él cuando la vea. ¿La verá más guapa que de costumbre? ¡Tiene que notarlo! ¡Se va a arreglar para sus ojos! ¡Y qué ojos! Marrones, casi miel. Los ojos más bonitos que ha visto en su vida. ¡Sí! ¡Esos ojos sólo deben fijarse en ella esta noche!
-Entonces, estoy bien, ¿no?
-¡Estás genial!
-¿Tú crees?
-¡Por supuesto! ¡Los universitarios caerán rendidos a tus pies! ¡Esta noche te ligas al tío que quieras!

¿Al que quiera? ¡Sólo quiere a uno! Y sí, debe ser esta noche. Ya han pasado los veinte días de plazo. Es lo que leyó en una revista una vez: <<Si el chico del que estás perdidamente enamorada rompe con su novia, no te lances a por él inmediatamente. Si lo haces, sólo te tomará como un consuelo. Se liará contigo únicamente por el hecho de olvidar las penas. Serás un rollo pasajero. Pero ¡cuidado! Si esperas demasiado puede volver con su ex o, quizá, otra se te adelante. Veinte días después de la ruptura de tu amor con su ex pareja es el tiempo perfecto para intentarlo.>>
-No sé...
-Estás muy bien. Será una noche inolvidable. Y tú triunfarás.
-Bueno...

La sonrisa de Lyss anima a Hayley. Aunque algunas de su clase opinen que se ha vuelto una estúpida presumida y prepotente, ella no lo cree así. Simplemente tienen envidia de su físico y de que tenga tanto éxito con los tíos.
-¿Sabes, nena? Creo que hoy es el día -anuncia la chica de los ojos verdes mientras se desnuda. Su amiga la observa ensimismada. Tiene un cuerpo increíble. Sin duda, mucho mejor que el suyo.
-¿El día para qué? -pregunta confusa.
-Para lanzarme.
-¿Lanzarte?
-Sí. Creo que es el momento de dejar a un lado las tonterías y empezar algo serio con un tío que me quiera. Estoy cansada de niñatos.

¿De qué esta hablando? Hayley no comprende nada de lo que dice su amiga. ¿Le gusta un chico? ¿Desde cuándo? ¿Y por qué no se lo ha confesado hasta ahora?
-¿Vas a declararte a alguien esta noche?
-Sí. Esta noche no voy a dejar escapar a Justin.